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34. El provecho de una tierra

Lo escuché en Tevet, en 1943

Es sabido que nada se manifiesta bajo su for­ma verdadera, sino sólo a través de su opuesto “Siempre que la Luz prevalezca sobre la oscu­ridad”. Esto implica que todo apunta hacia otra cosa; y a través de su contrario puede llegar a percibirse la existencia de lo opuesto.

Por lo tanto, es imposible alcanzar alguna cosa con plena claridad, si su paralelo está ausen­te. Por ejemplo: es imposible estimar y decir que algo sea bueno, si falta su contrario que apunta hacia lo malo. Ocurre lo mismo con las nociones de dulce y amargo, amor y odio, hambre y sacie­dad, sed y conformidad, adhesión y separación. Resulta que es imposible llegar a amar la adhe­sión si no se ha adquirido antes un odio por la separación.

Para ser recompensados con el grado de abo­rrecer la separación, uno primero debe saber lo que esta significa; es decir, de qué está separado; y entonces podrá decir que desea solucionar esa separación. En otras palabras, uno debe analizar de qué y de quién se encuentra separado. Des­pués de eso puede tratar de enmendarlo y de co­nectarse con aquel de quien se separó. Por ejem­plo, si uno entendiera que se beneficiaría de la unión con Él, entonces podría asumir y saber qué es lo que pierde al permanecer separado.

La ganancia y pérdida se miden de acuerdo al placer y al sufrimiento. Uno se guarda de aquello que le causa sufrimiento; lo detesta. La medida de la distancia depende de la medida del sufrimiento, ya que escapar del sufrimiento es una condición de la naturaleza humana. De este modo, uno depende del otro; o sea, se esforzará y ejecutará todo tipo de acciones para guardarse de ello, dependiendo del nivel de sufrimiento que sienta. En otras palabras, los tormentos le pro­ducen odio por aquello que se lo inducen, y en ese mismo grado se mantendrá al margen de ello.

De esto se desprende que uno debe saber qué es la equivalencia de forma, para poder saber qué es lo que debe hacer para lograr la adhesión que llamamos equivalencia de forma. Así llegará a saber qué significan la disparidad de forma y la separación.

Es sabido, a través de los libros y de los au­tores, que el Creador es benevolente. Esto quiere decir que Su directriz se manifiesta a los inferiores como bondad; y esto es lo que debemos creer.

Por lo tanto, cuando uno analiza la dirección del mundo, comienza a examinarse a sí mismo y a los demás, y a ver cómo sufren bajo la Provi­dencia en lugar de deleitarse, como correspon­dería a Su nombre, benevolente. Entonces, le re­sulta difícil decir que la Providencia Superior es bbenevolente y que imparte abundancia

No obstante, debemos entender que en ese es­tado, cuando no pueden declarar que el Creador imparte sólo el bien, son considerados malvados, porque el sufrimiento los lleva a condenar a su Hacedor. Sólo cuando descubren que el Crea­dor les imparte placer, pueden justificarlo. Así lo afirmaron nuestros sabios al decir “¿Quién es Tzadik (heb: justo)? Aquel que justifica a su Ha­cedor”; o sea, aquel que declara que el Creador guía al mundo de forma justa.

De este modo, cuando uno sufre se aleja del Creador, debido a que ciertamente comienza a detestar a Aquel que le provoca todos sus tor­mentos. En consecuencia, allí donde uno debería haber amado al Creador, ahora existe lo contra­rio, pues ha comenzado a odiar al Creador.

¿Qué es lo que uno debe hacer para llegar a amar al Creador? Para esto nos fue concedida la virtud de observar la Torá y las Mitzvot (precep­tos) para atraer la Luz que nos reforma. Allí hay Luz que permite a uno percibir la severidad del estado de separación, y poco a poco, a medida que va recibiendo la Luz de la Torá, va nacien­do dentro de él un aborrecimiento por el estado de separación. Comienza a sentir la razón que le lleva a él y a su alma a estar separados y lejos del Creador.

Así, uno debe creer que Su guía y dirección es benevolente; pero a causa de que uno está inmer­so en el amor propio, esto provoca su disparidad de forma, porque existe una corrección conocida como “con el fin de otorgar” que es la equivalen­cia de forma. Solamente de este modo podemos recibir deleite y placer. La incapacidad de re­cibir este deleite y placer que el Creador desea otorgar, provoca en el receptor un rechazo por la situación de separación; y así uno logra discer­nir el gran beneficio propio de la equivalencia de forma, y comienza a aspirar alcanzar la adhesión.

En consecuencia, cada forma apunta a otra forma. Así, todos los descensos a través de los cuales uno siente que se ha separado de Él, son una oportunidad para discernir entre algo y su opuesto. En otras palabras, uno debe aprender los beneficios de los ascensos y de los descensos. De lo contrario, no podrá apreciar la importancia de ser acercado desde Arriba y de los ascensos que le sean concedidos. No podrá obtener la noción de importancia que podría extraer, como cuando uno recibe comida sin haber sentido hambre.

Resulta que lo descensos, que representan los tiempos de separación, producen la impor­tancia de la adhesión que se alcanza durante los ascensos; mientras que los ascensos le llevan a detestar los descensos que le causan los estados de separación. Dicho de otro modo, no puede de­terminar cuan malos son los descensos cuando él mismo calumnia a la Providencia; y ni siquiera percibe a quien está calumniando, para llegar a comprender que debe arrepentirse de tal pecado. Esto se llama calumniar al Creador.

Así, podemos comprender que, precisamente cuando uno adquiere ambas formas, consigue discernir la distancia entre una y la otra “como la Luz prevalece sobre la oscuridad”. Solamen­te entonces puede uno entender y considerar lo referente a la adhesión, a través de la cual se lo­gran el deleite y el placer del Pensamiento de la Creación, que vienen a ser “Su deseo de hacer el bien a Sus creaciones”. Todo lo que aparece ante nuestros ojos no es más que aquello que el Creador desea que alcancemos de determinada manera, ya que representa los caminos por me­dio de los cuales alcanzar la Meta Final.

No obstante, no es tan simple lograr la ad­hesión con el Creador. Requiere gran esfuerzo y trabajo alcanzar la sensación de placer y de deleite. Antes de eso uno debe justificar a la Providencia, creer por encima de la razón que el Creador es benevolente con las creaturas, y decir “tienen ojos pero no ven”.

Nuestros sabios han dicho: Habacuc vino y los atribuyó a uno, tal como está escrito: “El justo vivirá por su fe”. Esto significa que uno no ne­cesita fijarse en los detalles, sino que debe con­centrar su trabajo entero en un solo punto, una regla, que es la fe en el Creador. Precisamente por esto debe rezar, es decir, para que el Creador le ayude a ser capaz de avanzar a modo de fe por encima de la razón. Hay una gran virtud en la fe que a través de ella uno llega a aborrecer el esta­do de separación. Por eso, la fe, indirectamente, le lleva a detestar este estado.

Podemos ver que existe una gran diferencia entre estos tres conceptos: fe, evidencia y cono­cimiento. Respecto de algo que puede ser visto y conocido, si la mente determina de una vez que eso es bueno, esa decisión basta. En otras pala­bras, la ejecuta de la forma en que lo había decidi­do, ya que la mente le acompaña en cada acción para no romper con lo que esta ha determinado; y le permite entender en un cien por ciento la razón por la cual ha tomado esa decisión.

Sin embargo, la fe es una cuestión de acuer­do potencial. En otras palabras, esta supera a la mente y afirma que ciertamente vale la pena tra­bajar de la manera en que ella necesita trabajar: por encima de la razón. Por lo tanto, la fe por encima de la razón es útil sólo durante la acción, cuando uno cree. Solamente entonces se encuen­tra dispuesto a esforzarse en el trabajo por enci­ma de la razón.

Por el contrario, cuando deja de lado la fe, aunque sólo sea por un momento, cuando esta se debilita por un instante, uno de inmediato cesa en la Torá y la labor. Aquí no le ayuda el hecho de que recientemente haya aceptado sobre sí la carga de la fe por encima de la razón.

No obstante, cuando percibe dentro de su mente que esto es malo para él, y que pone en riesgo su vida, ya no necesita más argumentos ni razonamientos sobre por qué esto representa un peligro para él. Por el contrario, puesto que una vez fue totalmente consciente de que debía practicar estas cosas –sobre las que la mente de especifica cuál es buena y cuál mala– él ahora sigue esa decisión.

Podemos ver la diferencia que existe entre lo que la mente necesita y lo que sólo la fe necesita, y cuál es la razón de que cuando algo está basa­do en la fe, debamos recordar constantemente la forma de la fe, o de lo contrario, caeríamos del grado en el que nos encontremos a un estado de maldad. Estos estados pueden sucederse en un solo día. Uno puede caer de su propio grado va­rias veces en un mismo día, porque es imposible que la fe por encima de la razón no se detenga al menos por un momento durante el día.

Debemos saber que la razón de olvidar la fe se origina en el hecho de que la fe por encima de la razón y de la mente se contrapone a todos los deseos del cuerpo. Esto se debe a que los deseos del cuerpo vienen, por naturaleza, impresos en nosotros, y reciben el nombre de deseo de reci­bir, ya sea en la mente o en el corazón. Por ende, el cuerpo siempre tiende hacia nuestra naturale­za. Sólo al aferrarse a la fe se tiene el poder de sobreponerse a los deseos corporales, y de ele­varnos por encima de la razón; o sea, contra las razones del cuerpo.

Por lo tanto, antes de adquirir los Kelim (vasi­jas) de otorgamiento, que corresponden a la adhe­sión, la fe no puede ser encontrada en uno de for­ma permanente. Cuando la fe no ilumina dentro de uno, ve que se encuentra en el estado más bajo posible; y todo esto le viene debido a su dispari­dad de forma, que radica en el mismo deseo de recibir. Esta separación le causa todas sus tribula­ciones, destruye todas las estructuras y todos los esfuerzos que había invertido en el trabajo.

Descubre que en el minuto en que pierde la fe, se encuentra en un estado peor que aquel en el que estaba cuando emprendió la senda del tra­bajo del otorgamiento. Así, uno llega a aborrecer la separación, porque inmediatamente empieza a sentir las tribulaciones en sí mismo y en el mun­do entero. Se le vuelve difícil justificar Su Provi­dencia con respecto a las creaturas y considerarla benevolente; y entonces siente que el mundo en­tero se ha oscurecido frente a sus ojos, y que ya no tiene nada de donde extraer alegría.

Por eso, cada vez que uno empieza a corregir el defecto de calumniar a la Providencia, llega a sentir aversión por la separación, y a través de ella, alcanza el amor por la adhesión. Dicho de otro modo, en la misma medida que sufre duran­te la separación, se aproxima a la adhesión con el Creador. Del mismo modo, en la misma medida en que percibe que la oscuridad es mala, llega a sentir que la adhesión es buena. Entonces sabe cómo valorarla cuando recibe, por el momento, cierto grado de adhesión, pues ya ha aprendido a apreciarla.

Ahora podemos ver que todas las tribulacio­nes que existen en el mundo no son más que una preparación para los verdaderos tormentos. Estas son las aflicciones que uno debe alcanzar, o no podrá obtener nada espiritual, ya que no puede haber Luz sin Kli (heb: Vasija). Estos tormentos, los verdaderos tormentos, reciben el nombre de condenación de la Providencia y la calumnia. Por esto reza uno para no calumniar a la Provi­dencia; y estas son las tribulaciones que el Crea­dor acepta. Este es el sentido del dicho que dice que el Creador escucha la plegaria de toda boca.

La razón por la que el Creador responde a esas tribulaciones es que, en ese momento, uno no solicita ayuda para sus propias vasijas de recepción, pues podemos afirmar que si el Creador le garantizara todo lo que él desease, esto le alejaría más de Él a causa de la disparidad de forma que adquiriría en consecuencia. Sin embargo, sucede lo contrario: uno reclama fe, que el Creador le conceda la fuerza necesaria para prevalecer y ganar la equivalencia de forma, porque ve que si la fe no es permanente y deja de iluminarle en algún momento, volverá a caer en las dudas y pensamientos ajenos acerca de la Providencia.

Esto, a su vez, le lleva a un estado llamado “maldad”, en el que condena al Creador. Entonces resulta que todas las aflicciones que siente se deben a que calumnia a la Providencia. Lo que le hiere es que allí donde debería haber respetado y alabado al Creador diciendo “Bendito sea Él que nos ha creado en Su Gloria”, siente que el comportamiento del mundo no encaja con Su Gloria, ya que todos se quejan y reclaman que primero debe manifestarse abiertamente la Providencia para mostrar que el Creador dirige al mundo con benevolencia. Y como no se revela, dicen que esta Providencia no lo glorifica, y esto lo martiriza.

Así, a través de las tribulaciones que uno siente, se ve forzado a difamar. Por eso, cuando le pide al Creador que le conceda el poder de la fe, y que le conceda benevolencia, no es porque quiera recibir placer y deleite por medio de esto, sino para no volver a difamar. Esto es lo que le causa dolor. Para sí, sólo desea creer por encima de la razón que el Creador dirige al mundo con benevolencia; y desea esta fe para asentar esta convicción en sus sensaciones como si fuera dentro de su mente.

Por lo tanto, cuando uno practica la Torá y las Mitzvot, no desea extraer la Luz de Dios para beneficio propio, sino porque ya no soporta no poder justificar Su Providencia, que es benevolente. Le duele profanar el nombre de Dios, cuyo nombre es “Benevolente”, a lo cual su cuerpo muestra reticencia.

Esto es todo lo que le provoca dolor ya que, al encontrarse en un estado de separación, no puede justificar Su directriz. Esto se considera “aborrecer el estado de separación”. Y cuando uno siente este sufrimiento, el Creador oye su plegaria, le acerca a Él, y le recompensa con la adhesión. Esto se debe a que los dolores que sentía por causa de la separación, le llevaron a obtener la recompensa de la adhesión; y entonces se dice: “La Luz prevalece sobre la oscuridad”.

Este es el sentido de “el provecho de una tierra de toda manera”. Por “tierra” se refiere a la creación; “de toda manera” se refiere a que a través de la prominencia, o sea, cuando uno ve la diferencia entre el estado de separación y el de adhesión, se le concede adhesión con el “todo”, puesto que el Creador recibe el nombre de “la raíz de todo”.

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