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105. El bastardo que es un sabio discípulo precede al alto sacerdote común

Lo escuché el 15 de Jeshván, 1 de noviembre de 1944, en Tel Aviv

“El bastardo que sea un sabio discípulo prece­de al alto sacerdote común”.

Un bastardo viene a ser un dios ajeno, cruel. Esto se relaciona con la bastardía. Cuando uno transgrede la prohibición de volcarse hacia otros dioses, estos lo convierten en bastardo.

Volcarse hacia otros dioses significa aparearse con la Sitra Ajra, que es desnudez. Respecto de esto se dice: “quien se viene a la desnudez y en­gendra un bastardo de ella”.

Y la regla de los patrones es opuesta a la de la Torá. Por lo tanto, existe una disputa entre los comunes y los discípulos sabios. Y aquí aparece una gran diferencia si la persona ha engendrado al bastardo. Un discípulo sabio sostiene que esto también viene del Creador, y que Él es el causan­te de esa nueva forma que es el bastardo.

En cambio, el malvado dice que es sólo un pensamiento ajeno que se suscitó en él por causa de un pecado, y que no necesita nada más que corregir sus pecados.

Por otra parte, un discípulo sabio tiene la fuer­za de creer que a esto también, a su forma actual, debe buscarle la verdadera esencia. Y, al mismo tiempo, acepta y asume la carga del Reino de los Cielos con devoción.

Esto significa que, en ese momento, también aquello que se considera de poca importancia, lo más bajo y más oculto, debe adjudicarse al Crea­dor, y que el Creador fue quien construyó dentro de él semejante representación de la Providencia que recibe el nombre de “pensamientos ajenos”. Y trabaja por encima de la razón en algo de se­mejante insignificancia, como si tuviera gran co­nocimiento) en Kedushá (heb: santidad).

Y un gran sacerdote es aquel que sirve al Creador a modo de “y ellos son muchos…”, es decir, que tienen mucho de Torá y Mitzvot (pre­ceptos ), y que no les falta nada. Por lo tanto, si uno se conecta y acepta cierto grado de orden en el trabajo, la regla indica que un bastardo que sea un discípulo sabio viene primero. Esto quie­re decir que uno asume su bastardía en la forma de un discípulo sabio. “Sabio” es el nombre del Creador. Su discípulo es aquel que aprende del Creador. Sólo un discípulo sabio puede decir que todo, absolutamente todas las formas que se ma­nifiestan durante el trabajo, son “porque vienen del Señor”.

Pero un sacerdote común, aunque sirva al Creador y sea grande en los asuntos de la Torá y en el trabajo, aún no ha sido recompensado con poder aprender (de boca del Creador; y aún no se le considera “un discípulo sabio”.

Por ende, este estado no puede ayudarle a al­canzar la verdadera perfección en modo alguno, ya que se rige por la regla de los patrones; y la regla de la Torá es sólo aquella que uno aprende de boca del Creador. Solamente un discípulo sa­bio conoce la verdad, que es, que el Creador es el causante de todas las razones.

Ahora podemos comprender las palabras de nuestros sabios que dicen: “Rabí Shimón Ben Menasia estaba estudiando todos los Etín (heb: artículo definido masculino plural “los”) de la Torá”. “Et” implica inclusión. Quiere decir que cada día sumaba más Torá y Mitzvot respecto del día anterior. Y más tarde alcanzó el estado de “Temerás al Señor tu Dios”, que implica que no pudo seguir incrementando. Llegó a un punto en que no pudo añadir más, e incluso, Dios lo prohíba, sucedía lo contrario.

Y Rashi hace la siguiente interpretación: Ben Menasia sugiere que comprendió la Menusá (heb: huida), que se refiere a huir y a retirarse de la campaña. También Ben [24] Hahamsuni com­prendió la verdad y cuál es la forma de la mis­ma. Y permaneció de pie en guardia, y no pudo avanzar hasta que vino Rabí Akiva y le explicó Et (heb: el), incluyendo los sabios discípulos. Quiere decir que a través de la adhesión con los sabios discípulos, es posible recibir cierto grado de ayuda.

Dicho de otro modo, sólo los sabios discípulos pueden ayudarle, y nada más. Aunque sea gran­de en la Torá, seguirá llamándosele “un común” mientras no sea recompensado con poder apren­der de boca del Creador.

Por lo tanto, uno debe rendirse ante un sabio discípulo, y aceptar lo que este le adjudique, sin discutir y por encima de la razón.

“De ahí, que la medida sea más larga que la tierra”. Esto quiere decir que la Torá comienza después de la tierra; es decir, si es mayor que la tierra. Y existe una regla que señala que nada puede empezar por el medio. Por eso, si uno de­sea empezar, el principio viene después de la tie­rra; o sea, pasada la terrenidad. (Y esto es lo que se quiere decir con “un alto sacerdote común”. Significa que incluso si su trabajo es en Gadlut (heb: Grandeza), si todavía no ha adquirido la Luz de la Torá, continúa encontrándose en te­rrenidad).

Alcanzar Lishmá (heb: en beneficio del Crea­dor) requiere mucho estudio en Lo Lishmá (heb: no en beneficio del Creador). Esto sugiere que uno debe esforzarse al máximo en Lo Lishmá, y así podrá vislumbrar la verdad, que es, que aún no ha adquirido Lishmá. Sin embargo, si uno no invierte todas sus fuerzas, no podrá vislumbrar la verdad.

En otra ocasión dijo que un hombre debe estu­diar mucha Torá Lishmá para adquirir la facultad de vislumbrar la verdad, de que está trabajando Lo Lishmá. El Trabajo Lishmá corresponde al dis­cernimiento recompensa-castigo, y corresponde a Maljut. Y la Torá o Lishmá corresponde a ZA, y se considera Providencia individual.

Por eso todos los reyes de Israel, todos los cuales adquirieron Providencia individual, no tenían más nada que hacer, puesto que no tenían nada más que adicionar. Por eso dicen nuestros sabios que “un rey de Israel no juzga ni es juzga­do”. Por ende, no tienen parte alguna en el mun­do por venir. Esto se debe a que no hacen nada, pues ven que el Creador es quien hace todo.

Este es el significado de Izevel (Isabel), la es­posa de Ajab. Interpretaron que su esposa había discutido, Ei Zével” (heb: dónde hay basura), es decir, “¿Dónde hay basura en el mundo?”. Ella vio que todo era bueno. Y Aj Av(Ajab) signifi­ca que él era Aj” (heb: hermano) del Av” (heb: padre) en el Cielo. Pero los reyes de la casa de David son juzgados, porque la casa de David te­nía el poder de unir al Creador y Su Shejiná (heb: Divinidad); aunque sean cosas opuestas, puesto que la Providencia es opuesta al discernimiento de recompensa-castigo.

Y este es el poder de los grandes Tzadikim (heb: justos): que pueden unir al Creador y a la Divinidad; o sea, a la Providencia individual con el discernimiento recompensa-castigo. Y precisamente de ambos surge la completa y deseable perfección.

[24] En hebreo, la palabra Ben” (heb: Hijo) tiene la misma raíz que “ Mevín” (heb: entender).

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