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231. La pureza de las vasijas de recepción

Lo escuché en Tévet, en enero de 1928, en Guivat Shaúl (Jerusalén)

Debemos tener cuidado con todo aquello que el cuerpo disfruta. Uno debe lamentar esto, ya que a través de la recepción, uno se aleja del Creador. Esto es, porque el Creador es el Dador; y si uno se dedica a recibir, entonces se coloca en oposición de forma con respecto a Él. En la espiritualidad, la disparidad de forma determina la distancia; y así uno no tiene adhesión al Creador.

Este es el significado de “y adherirse a Él”. A través del sufrimiento que uno siente de la recep­ción de placer, el placer es cancelado. Ocurre lo mismo que con aquél que sufre de costras en la cabeza, y que recibe placer al rascarse la cabeza. Pero a la misma vez, sabe que así sólo conse­guirá empeorar el estado de las costras, estas se expandirán y no podrá sanar. De esta manera, du­rante el placer que obtiene, no hay un verdadero regocijo, aunque de todas formas no pueda dejar de recibir el placer que deviene de rascarse.

También debe ver que, cuando recibe placer de alguna cosa, debe extender más dolor encima del placer, porque ve que de esa forma se aleja más del Creador, a un grado tal, que el placer que recibe no le conviene comparado con la pérdida que este le habrá de acarrear en última instancia. Y este es el trabajo en el corazón.

Kedushá (heb: Santidad) es aquello que acer­ca a uno al trabajo de Dios.

Tumaá (heb: Impureza) es aquello que distan­cia a uno del trabajo de Dios.

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