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233. Indulto, perdón y expiación

Lo escuché

Mejilá (heb: Indulto); como en: de la ruina al elogio o alabanza. Esto significa que, para él, los pecados se han vuelto méritos a través del arre­pentimiento que viene del amor. De esta forma, transforma los pecados en elogios y alabanzas, en méritos.

Slijá (heb: Perdón) viene de (la expresión) VeShalaj Et Beiró (heb: “y dejará a su bestia suelta”, cambiando la letra Sámej por una Shin). Quiere decir que expulsa los pecados fuera de sí, y declara que a partir de ese momento sólo rea­lizará méritos. Esto es considerado “arrepenti­miento que viene del temor”, que sucede cuando los pecados se vuelven errores para él.

Kapará (heb: Expiación) viene de (la expre­sión) VeKiper Et HaMizbéaj (heb: “y realizará la expiación ante el altar”), de “desear expiar las manos de este hombre”. Por eso, cuando uno sabe que está sucio, no tiene la audacia ni la im­prudencia de entrar al palacio del Rey. Por eso, cuando ve y recuerda sus malas obras, aquéllas que iban en contra de la voluntad del Rey, le re­sulta difícil dedicarse a la Torá y las Mitzvot; y más difícil aún le resulta pedirle al Rey adherirse y unirse a Él.

Esta es la razón por la cual necesita expiación: para que no vea el pobre estado en que se en­cuentra, de total miseria e insignificancia, y así no pueda recordar su situación, para tener lugar a recibir alegría por medio de observar la Torá y el Trabajo. Y entonces, cuando reciba alegría, tendrá lugar para pedir apegarse al Rey, ya que “la Divinidad mora sólo en un lugar de regocijo”. Por lo tanto, primero necesitamos expiarnos, y luego, cuando nos arrepentimos por temor, ga­namos el indulto. Y luego, a través del arrepenti­miento por amor, ganamos el perdón.

Debemos creer y entender que todo lo que pasa en nuestro mundo está dirigido por la Pro­videncia, y que no existen coincidencias. Tam­bién debemos saber que todo lo que está escrito como exhortación, como es el caso de las ana­temas, como en el caso de “si no escucháis…”, representan terribles tormentos, al contrario de lo que piensa todo el mundo. Algunos dicen que son bendiciones y no anatemas o injurias. Como ejemplo, nombran al Predicador de Kusnitz. Él siempre solía hacer Aliá la Torá (lectura ritual de la Torá durante el servicio) en Parashat Toja­jot (determinada porción de la Torá que se llama “Porción de Exhortación”). Dice que estas repre­sentan verdaderas injurias y problemas.

Tal como nosotros mismos podemos ver en la realidad, las injurias y anatemas existen, y son sensaciones de terrible e insoportable tormento en este mundo. Aún así, debemos creer y enten­der que se le deben atribuir todos estos tormen­tos a la Providencia, pues Él es el responsable de todo. Moisés tomó estas injurias y las atribuyó al Creador. Este es el sentido de la expresión “y en todo el gran terror”.

Y cuando se cree en eso, también se cree que “existe un juicio y existe un juez”. Por eso es que el predicador solía hacer Aliá en Parashat Tojajot: porque sólo podía atribuirle las injurias y los su­frimientos al Creador, ya que creía en que “existe un juicio y existe un juez”. Y a través de todo esto vienen las verdaderas bendiciones, pues estas sur­gen de las injurias. La razón de esto es que “el Creador hizo que sientan temor ante Él”.

Y a esto se refiere la expresión “la venda se hace con el golpe mismo”. Esto quiere decir que en el mismo sitio donde fracasan los malvados, habrán de andar los justos. Esto se debe a que, cuando se llega a un lugar donde no hay asistencia alguna, resulta que la Sitra Ajra (la fuerza del mal) está aferrada a ese sitio. Entonces, el malvado fra­casa. Este malvado, que no puede trascender “por encima de” la razón, cae por la falta de ayuda. Así, permanece entre el Cielo y la Tierra, porque es un “malvado”; y sólo puede llevar a cabo cosas den­tro del marco de la razón, a modo de “de visión maligna, de visión altanera y orgullosa”.

Pero los justos son considerados “ni mi cora­zón no es orgulloso, ni mis ojos son altaneros”, y así es como transitan el sendero. Así sucede que se transforma en bendiciones. De este modo, al atribuirle todos los sufrimientos a la Providencia, y al considerar todo “por encima de la razón”, crean dentro de sí las vasijas apropiadas para re­cibir las bendiciones.

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